La cocina en casa murió el día que mi abuela Juanita mandó astillar para quemar la mesa larga de madera maciza de roble americano donde comía toda la familia, hecha por mi abuelo, y la cambió por una plegable de melamina, de las modernas, hará unos cincuenta años, después de que la televisión se asentase en su sitio de honor en el salón.
Con la cocina pasa un poco lo mismo que con Dios: por un lado, hemos puesto una imagen de ella en un pedestal, para idolatrarla y, manteniéndola bien alta y bien por encima de los mortales humanos corrientes, evocarla como entidad amada, lejana y difícil, utópica. Y por otro, hemos cogido su cuerpo físico y lo hemos extirpado como un tumor del cuerpo vivo del mundo cotidiano, lo hemos descuartizado, porcionado en trozos más o menos identificables y manejables y hemos convertido a cada uno de ellos en una máquina de fabricar dinero, sentimiento de culpa, y residuos no reciclables.
Què en penses?